Desafíos y reflexiones sobre el compromiso social y el rol de la Universidad en el Mundo actual – Pepi Farray

Para abordar el compromiso social, uno de los mayores desafíos es combatir la pobreza y sus efectos, como la desigualdad y la exclusión, que afectan especialmente a mujeres e infancia, destaca Pepi Farray, licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación y fundadora de la Fundación Canaria Farrah. La clave está en la conciencia social y en adaptar nuestras acciones a un contexto global, sin perder la perspectiva local. Además, en el ámbito de la cooperación internacional, es fundamental la humildad y el respeto, así como una preparación rigurosa. En cuanto al papel de la universidad, resulta esencial crear espacios de encuentro y fomentar un pensamiento crítico, logrando que la comunidad estudiantil asuma un rol activo en la construcción de un mundo más justo.

 

En su experiencia como fundadora de la Fundación Farrah, ¿cuáles cree que son los desafíos más importantes que enfrenta el compromiso social en el mundo actual?

Considero que el principal reto se recoge en el objetivo número uno de desarrollo sostenible: el fin de la pobreza. Este reto supone la lucha contra la desigualdad, la exclusión y la marginación en las que las víctimas más vulnerables son fundamentalmente mujeres e infancia. Ello implica la obligada reflexión sobre el sistema establecido y una acción transformadora desde la base.

En nuestro entorno inmediato, la acción también depende de unas claves propias que nos remiten a la necesidad del estudio y la investigación, con diagnósticos participativos en cada contexto para el diseño y la puesta en marcha de proyectos con mayor garantía de impacto positivo.  Asimismo, lo local no debería abstraerse de una visión global sobre las causas que determinan la pobreza. El desafío más importante es el logro de la conciencia social y como nuestras acciones para su fomento deben tener en cuenta e integrar los nuevos medios y el vertiginoso desarrollo de la tecnología.

Como escritora y activista, ¿de qué manera sus obras buscan inspirar a otros a involucrarse en causas sociales y en la cooperación internacional, además de los espacios más cercanos.


Realmente, no escribo con el fin de sensibilizar y mucho menos de inspirar. Escribo porque me fascina el lenguaje y escribo desde el pensamiento que ha definido mi manera de estar en la vida e interpretarla. A menudo ocurre que una frase recogida en mis novelas contribuye a que alguien reflexione, se cuestione o, simplemente se detenga a reflexionar sobre el mundo, sobre nuestras sociedades y el papel que debemos jugar como personas conscientes. También hay personas que no han reflexionado nada, sino que se han enfadado un poco… O lo han hecho y han decidido seguir donde mismo están.

Porque la literatura puede contribuir al cambio de mentalidades, pero en el proceso de toma de conciencia confluyen demasiadas variables y creo que finalmente la elección personal y el posicionamiento adoptado son resultados de un proceso de reflexión complejo.

¿Qué consejo daría a los jóvenes, especialmente a los estudiantes universitarios, que desean participar en proyectos de cooperación internacional y local? ¿Es necesario tener unas cualidades especiales, una formación específica o cualquiera puede involucrarse con voluntad y vocación?

En mi opinión, lo primero que hay que tener es una gran humildad y un pensamiento libre de prejuicios e ideas preconcebidas, porque nuestro modelo científico, cultural y vital, en la cooperación internacional fracasa. Lo segundo, estudiar hasta que se te quemen las pestañas, aprender la palabra “respeto” en mayúscula. Y si se hace el esfuerzo de aprender el idioma del país en el que se va a trabajar, pues será mejor que tener un voluntario mudo.

También creo que es importante distinguir entre voluntario/a y cooperante; son roles muy diferentes que exigen unas competencias y unos niveles de formación propios y diferenciados.

Y más que vocación, yo diría que hay que tener convicción. Convicción en que hay que construir un mundo más justo e igualitario. Convicción en que es necesario definir un nuevo modelo para el cambio y que las universidades y sus estudiantes juegan un papel indiscutible en ello. Esto si logramos que las universidades se conviertan en auténticos espacios de generación de nuevo conocimiento.

Desde su perspectiva, ¿qué acciones podrían tomar las universidades y los Consejos Sociales para fomentar un mayor compromiso de los estudiantes en temas de cooperación y desarrollo social?

Es un reto difícil, en estos momentos de cambio, en los que el discurso social y político construido en el siglo XX no se sostiene en los canales del siglo XXI. Tal vez, habría que volver a las pintadas en los muros de las o universidades y abrir espacios de encuentro y me refiero también a la apertura espacial, (jardines, patios, etc.) para la expresión, la participación, el debate y la reflexión.

Facilitar que toda la comunidad universitaria pueda emplear horas “lectivas” en actividades en las que la lección más importante sea desarrollar el pensamiento crítico.
Dinamizar la facultades con eventos atractivos para los/as jóvenes (ferias, conciertos musicales, fiestas, etc…), en definitiva abrir la universidad a la calle, abrir la calle a la universidad y rescatar la vida y la cultura universitaria que tanto echamos de menos el profesorado de nuestra generación.

Por último, usted desarrolló sus estudios de Ciencias de la Educación en la ULL, ¿de qué manera, tanto académica como vitalmente, le marcó el paso por esta universidad?

A nivel académico, tuve la suerte de contar con magníficos/as profesores y profesoras, los años de Filosofía me marcaron profundamente gracias a todas aquellas lecturas obligatorias, aquellos debates interminables en clase y un profesorado, que en su mayoría ejercía la tutoría mucho más allá del horario establecidos y no necesariamente en un despacho.

A nivel personal y vital, la ULL que respiraba a través de las calles de la ciudad de La Laguna, me dio las herramientas para mi construcción como persona. Aquí tomé desde la conciencia política y social hasta la oportunidad de asociarme y unirme con personas que han sido Mis compañeras, mis maestras Y mis amigas a lo largo de la vida.

En la ULL de aquellos años aprendí a aprender, a hacer preguntas y a perseguir respuestas que aún sigo sin encontrar casi al final del camino.
Aprendí el gaudeamus igitur: ¡Alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes! Y desde luego la mayor alegría para mí, es la que me produce la mirada de un estudiante que quiere aprender a aprender a sabiendas de que está poniendo el pie en el camino interminable del aprendizaje permanente.

Creo que tenemos que aprender con los alumnos y alumnas y aprender los nuevos códigos culturales y vitales con los que se mueven en el siglo XXI. Porque tenemos mucho aprender y pensar para construir un modelo de universidad que responda a los retos de esta aldea global.

Por otro lado, quiero decir que la ULL está en el álbum de fotos que guarda los momentos y experiencias claves en mi vida. Espero y deseo que también lo esté en los de estas generaciones de estudiantes.